jueves, 15 de junio de 2017

40 años: nuevas oportunidades

Hoy se me acumulan los motivos. Litúrgicamente, es la memoria de santa María Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las Adoratrices, una congregación femenina que combina una fuerte espiritualidad eucarística con la atención a las chicas y mujeres en situaciones de exclusión. Como ellas mismas afirman, quieren conjugar tres verbos: adorar, liberar y promover. Adorar a Jesús Eucaristía continuamente, en Espíritu y verdad, y liberar y promover a la mujer explotada por la prostitución o víctima de otras situaciones que la esclavizan. Son unas 1.100 religiosas extendidas por 23 países. Santa Micaela estuvo muy ligada a san Antonio María Claret, con quien mantuvo una asidua comunicación epistolar en los últimos años de su vida.

Pero hoy se da otra circunstancia que a mí me resulta muy útil. Después de muchas discusiones con las compañías telefónicas, hoy es el fin del roaming en la Unión Europea; es decir, del sobrecoste que el usuario tenía que pagar cuando efectuaba llamadas desde un país distinto al de residencia. Yo, que me estoy moviendo continuamente por varios países de la Unión, celebro este paso. Contribuirá un poco más a que tomemos conciencia de la casa común y contribuyamos a construirla con paciencia. Hablar es una forma de crear lazos, de tender puentes, de acercar personas. Esta noticia se une a la celebración de los 30 años del programa Erasmus, que tanto ha contribuido también al conocimiento mutuo entre las nuevas generaciones. 

Pero hay otro motivo de más envergadura que concurre en este jueves 15 de junio. Hoy, hace 40 años, España celebró las primeras elecciones democráticas tras el largo paréntesis de la dictadura franquista. 40 es un número con evidentes resonancias bíblicas. Israel peregrinó 40 simbólicos años por el desierto hasta llegar a la tierra prometida. Jesús también pasó 40 simbólicos días en el desierto antes de comenzar su predicación itinerante. No sé si los 40 años de democracia han servido para construir una España moderna o son más las tareas pendientes que los logros conseguidos. En todo caso, es evidente que hemos cambiado mucho. Para la nueva etapa que estamos viviendo se pide recuperar el espíritu de consenso que presidió aquel 15-J y hacer los ajustes que necesita una Constitución (aprobada en diciembre de 1978) pensada para otra época. Es lógico que haya distintos puntos de vista y que quienes no vivieron aquel momento histórico no acaben de valorar su significado y tiendan a subrayar sus imperfecciones y carencias. Aquel 15 de junio de 1977 yo tenía 19 años. Estaba terminando el curso académico. Recuerdo muy bien las circunstancias. No pude votar porque la edad mínima requerida entonces eran 21 años, pero viví todo con mucha intensidad. He participado en la película de estos 40 años de democracia, aunque solo haya sido como extra, ni siquiera como actor secundario.

Vistas las cosas con perspectiva, es evidente que quedan muchas cosas por hacer: una mejor y más estable articulación territorial, un combate sin cuartel contra la corrupción, un plan eficaz contra la pobreza y la exclusión y, sobre todo, una mejora sustancial de la calidad educativa. Pero estos retos no impiden reconocer los muchos avances que se han dado en uno de los mejores períodos de la historia de España. La Iglesia ha contribuido decididamente a la reconciliación y al respeto a la pluralidad. Es verdad que, desde el punto de vista religioso, pareciera que se ha producido un desplome, que el avance democrático no ha significado un avance para la evangelización, pero tal vez ésta es una mirada muy superficial. Era preciso purificar muchas cosas, superar viejos maridajes, para que las personas pudieran vivir su fe en libertad, sin coacciones sociales. En realidad, para la Iglesia la nueva situación es una gran oportunidad para una misión nueva. La historia de la evangelización no se escribe a base de tramos cortos sino de períodos largos. 40 años no es demasiado para ver hacia dónde apunta el futuro. Yo estoy convencido de que, a pesar de que abundan los indicadores de declive (disminución de bautismos y vocaciones sacerdotales y religiosas, envejecimiento notable del clero y de los creyentes en general, cierre de instituciones, escasa conexión con las generaciones jóvenes, etc.), el Evangelio nunca pierde su capacidad de hablar al corazón de las personas. La razón no es coyuntural sino eterna: aborda la cuestión del sentido de la vida humana y ofrece una respuesta liberadora y esperanzada.

Es probable que para muchos estos 40 años de democracia hayan significado una travesía del desierto desde el punto de vista de la práctica religiosa. Hay muchos datos para avalar esta tesis. Pero la secularización de muchos valores cristianos ha contribuido también a hacer una sociedad más libre, igualitaria y justa. Cuando se haya pagado completamente el peaje que todavía arrastra la Iglesia en relación con los viejos tiempos, será posible hacer una evangelización más fresca e incisiva, inspirada claramente en las orientaciones del Vaticano II. Quizás no se cuente ya con un gran peso institucional como en el pasado, pero eso mismo se convertirá en acicate para presentar el Evangelio en toda su originalidad y novedad. No faltarán personas que se sentirán atraídas y que, sin presión de ningún tipo, darán su adhesión al Jesús que siempre habla de Dios y del hombre con la originalidad de quien sintetiza en sí mismo el gran misterio de la vida.

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