sábado, 15 de abril de 2017

La Madre espera

El proceso de la muerte tiene varias etapas: ansiedad antes de que suceda, desgarro en el momento de producirse, serenidad tras la última despedida… Cada persona vive de manera única la muerte de los seres queridos. Es algo que no podemos delegar. He observado que, por lo general, tras el entierro, se suele entrar en una fase de alivio esperanzado, sobre todo si uno ha sabido entregar a Dios la vida de la persona amada como una ofrenda. Vivir la muerte como aniquilación en la nada o vivirla como entrega a Dios marca las diferentes actitudes ante este hecho grosero y universal. ¡Qué diferente es sucumbir ante el final absoluto de la aventura humana o anhelar la transición a la vida plena en Dios!

Hoy, Sábado Santo, quiero imaginar cómo viviría María, con algo menos de 50 años, la muerte ignominiosa de su hijo, cómo transcurriría las horas que pasaron desde las tres de la tarde del viernes hasta el amanecer del primer día de la semana. ¿Cómo vive una madre joven la muerte de su hijo joven? Por desgracia, la Iglesia no tiene una liturgia particular que celebre la espera de María. Para suplir su ausencia se multiplican las devociones populares que subrayan, más bien, la soledad de la Madre Dolorosa.

Hace ya varias décadas, el compositor Juan Antonio Espinosa puso música a una hermosa canción escrita por el jesuita Rafael de Andrés. El tema se hizo muy popular y todavía hoy suele cantarse, sobre todo en Adviento. La canción se titula Santa María de la Esperanza. La última estrofa dice así:
Esperaste, cuando todos vacilaban,
el triunfo de Jesús sobre la muerte;
y nosotros esperamos que su vida
anime nuestro mundo para siempre.
La canción no subraya el dolor o la soledad de María sino su esperanza: Esperaste cuando todos vacilaban. María no era solo la madre de Jesús. Se había convertido en la mejor discípula de su hijo. Había vivido un completo proceso de trasformación. Sabía que, a pesar de los pesares, el Dios-Abbá, que a ella la había enamorado cuando era una chiquilla y a quien su hijo había consagrado su vida, no podía fallar en este momento clave. No sabía bien lo que iba a suceder. No disponía de visiones especiales. Simplemente esperaba que Dios fuese Dios. En su corazón volvió a repetir lo que había dicho en el momento de la anunciación: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

A partir de ahí solo le quedaba esperar en Dios. Y en esa espera paciente y silenciosa acrisolaba su fe. Hay veces en que la fe se hace activa a través del amor, se convierte en motor de muchas acciones. Otras veces la fe se transforma en esperanza. No hace sino que deja hacer. María, que había hecho tantas cosas por su hijo Jesús, ahora solo puede esperar, dejar que Dios haga su parte. No hay mejor tributo a su hijo y su evangelio que una esperanza activa. Ella sabe con el corazón –Lucas insiste en que María guardaba todo en el corazón– que lo mejor está por llegar. No cuelga el cartel de Cerrado por defunción sino el de Abierto por esperanza. El Sábado Santo es un día sereno en el que el trigo que va a despuntar echa raíces sumergido en tierra. No se ve nada hasta que se vea todo.

Con María, la Madre, aprendemos hoy la espiritualidad serena del Sábado Santo. Aturdidos a veces por tantos mensajes que nos invitan a hacer cosas, a cambiar el mundo, a comprometernos, necesitamos recordar las palabras de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Con María aprendemos a vivir los tiempos medios y largos con serenidad. Ella nos enseña a reconocer la obra secreta de Dios en los pliegues de la historia, nos cura de un activismo que acaba por secarnos el alma. Con María aprendemos también a no desesperarnos cuando se nos ponen las cosas cuesta arriba, cuando experimentamos algunos reveses en nuestro camino, cuando el fracaso, la enfermedad o la muerte llaman con los nudillos en nuestra puerta. María, la Mater dolorosa, es la mujer de la esperanza.

Cuando casi todos creyeron que el Viernes Santo ponía punto final a la aventura de su hijo, ella esperó el triunfo de Jesús sobre la muerte. Por eso, acompaña también nuestros momentos bajos y nos ayuda a esperar con serenidad y confianza en la obra de Dios en nosotros y en el mundo. María es la Madre que nos lleva de la mano del dolor del Viernes Santo a la alegría del Domingo de Pascua. La virtud que media entre el dolor y la alegría es la esperanza. Lo expresa muy bien el escritor francés Charles Péguy en un conocido poema en el que Dios –dirigiéndose al hombre– se “desahoga” de este modo: 
“Y sé que puedo pedir al hombre mucho corazón,
mucha caridad y mucho sacrificio,
y que tiene gran fe y gran caridad.

Pero lo que no hay manera de lograr es un poco de esperanza,
un poco de confianza, de reposo, de calma,
un poco de abandono en mis manos, de renuncia.

Porque yo no he negado nunca el pan de cada día
al que se abandona en mis manos
como el bastón en la mano del caminante.

Me gusta el que se abandona en mis brazos
como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada
y que ve el mundo a través de los ojos
de su madre y de su nodriza.

El que no duerme de preocupaciones es infiel a la esperanza,
y ésta es la peor infidelidad.
Yo creo que podríais despreocuparos durante una noche
y que al día siguiente no encontraríais vuestros asuntos
demasiado estropeados;
a lo mejor, incluso, no los encontraríais mal,
y hasta quizá los encontraseis algo mejor.
Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito.

Pero yo os conozco: sois siempre iguales:
estáis dispuestos a ofrecerme grandes sacrificios
a condición de que no sean los que yo os pido.

Sois así, os conozco.
Haríais todo por mí, excepto ese pequeño abandono
que es todo para mí.

Por favor, sed como un hombre
que está en un barco que está solo en un río
y que no rema constantemente
sino que, a veces, se deja llevar por la corriente”.
En este Sábado Santo, María nos enseña a dejarnos llevar por la corriente de Dios, a depositar en Él toda nuestra esperanza. No va a defraudarnos.




1 comentario:

  1. Das muchas pistas para poder vivir un sabado santo diferente, basado en la esperanza. Gracias Gonzalo.

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