martes, 5 de abril de 2016

De la pregunta a la afirmación

Por fin ha llegado el sol a Fátima. La luz da al lugar un aspecto más amable. La gran explanada abraza a los muchos peregrinos que siguen afluyendo. Continúa soplando el viento, pero con menos fuerza que hace un par de días.

Yo sigo inmerso en el XIII Capítulo Provincial de los claretianos de Portugal. Apenas me queda tiempo para ocuparme del blog. Con todo, viendo algunos vídeos un tanto tremendistas sobre los "secretos de Fátima", he recordado la famosa “octava real” escrita por el benedictino de Sevilla Fray Pedro de los Reyes en el siglo XVI. Los lectores de más edad tal vez la recuerden de memoria porque, aparte de ser muy citada en las preceptivas de métrica castellana, se usaba en retiros, ejercicios espirituales, charlas, etc. para hablar sobre la seriedad de la salvación eterna en el contexto de la teología y la espiritualidad del siglo XVI. La famosa “octava real” decía así:
¿Yo para qué nací? Para salvarme.
Que tengo que morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme
triste cosa será, pero posible.
¿Posible, y río y duermo y quiero holgarme?
¿Posible, y tengo amor a lo visible?...
¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
Resultaba fácil aprenderla de memoria para tener siempre presente la realidad de la muerte (“Que tengo que morir es infalible”). Frente a ella, se abría con claridad la posibilidad de la salvación o la condenación. El “amor a lo visible” apartaba del “ver a Dios”; la santidad implicaba un alejamento de todo lo que pudiera ser placentero.

En esta misma línea se sitúan muchas de las interpretaciones tradicionales de los mensajes de Fátima y su llamada insistente a la penitencia. 


Reconozco que el asunto es demasiado serio y complejo para despacharlo en un par de frases. Pero hay un criterio de discernimiento insuperable: la luz que nos viene del Evangelio. ¿Cómo invitaba Jesús a la penitencia? ¿Qué significaban para él la “salvación” y la “condenación”? ¿Cómo hay que considerar las realidades creadas a partir de su encarnación? Muchas cosas han cambiado en la teología y la espiritualidad cristianas desde el siglo XVI e incluso desde las apariciones de Fátima (1917). El Espíritu Santo nos ha ido conduciendo a una nueva comprensión más en línea con la Escritura. María es la mujer que proclama "las grandezas del Señor", que se preocupa por la falta de vino en las bodas de Caná, que derrota al dragón... El concilio Vaticano II marca un rumbo que, sin romper con la gran Tradición, introduce nuevos desarrollos.

Dentro de este marco, que celebra las obras de Dios como “sacramentos visibles” de su amor y no como tropiezos para la unión con Él, el jesuita asturiano Luis Blanco Vega hizo en 1989 una reelaboración de la famosa “octava real” de Fray Pedro de los Reyes. La pregunta de éste (“¿Y tengo amor a lo visible?”) se transformó en una rotunda afirmación: “Y tengo amor a lo visible”. A partir de aquí, los versos se retocan ligeramente. La “octava” conserva su ritmo, pero la perspectiva cambia radicalmente. En su versión remozada fluye así:
Porque sé que nací para salvarme
y tengo que morir –es infalible–,
porque dejar de verte y condenarme
solo con otro dios será posible,
por eso río, duermo, quiero holgarme,
Señor, y tengo amor a lo visible.
Y solo me pregunto en qué me encanto
cuando huyo de la vida por ser santo.
No tengo tiempo para más comentarios. Os dejo con algunas preguntas: ¿Cuál de las dos versiones os gusta más? ¿Por qué? ¿Qué esconde cada una de ellas?

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